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Diario "El Dia" de La Plata, lunes | 15.09.2008  

"El niño perdido": gente que busca gente 
Por IRENE BIANCHI

"El niño perdido", de Nelson Mallach, por el Grupo "La Tramoya": Rodolfo Balvidares, Ernesto Meza, Nora Oneto, Jorgelina Pérez, Julio Salerno. Música original: Daniel Gismondi. Diseño de luces: Daniel Gismondi, Alicia Durán. Escenografía y vestuario: Cristina Pineda. Diseño gráfico: Jorgelina Ugarte. Dirección: Alicia Durán, Daniel Gismondi. Sábados 21 hs. en Espacio 44, 44 entre 4 y 5.

La Sra. Bell (Nora Oneto) "pierde" a su hijo (Ernesto Meza) en la Plaza Moreno. Mientras el niño corretea, se hamaca y juega a las escondidas, su madre "se distrae" leyendo los nombres de las autoridades grabadas en la Piedra Fundamental. También le llaman la atención los vestidos de organiza de las novias que posan en los jardines del Palacio Municipal o en las escalinatas de la Catedral.

Años más tarde, la Sra. Bell concurre a un programa de televisión, cuyo objetivo es poner en contacto a niños encontrados con sus supuestos padres, corroborar el vínculo y festejar el reencuentro con bombos y platillos.

En este caso en particular, el niño buscado ya es un hombre barbado, y a ninguno de los dos les resultará fácil reconocerse. Tampoco la mujer es la jovencita que era. El tiempo transcurrido les juega en contra. Hay detalles que se les escapan, escenas desdibujadas, zonas grises, contradicciones.

El bizarro conductor (Rodolfo Balvidares), a la sazón una suerte de director de escena, los somete a un despiadado careo; propone una reconstrucción de los hechos, cotejando ambas versiones.

"Un hijo es una función a ejercer", reza el subtítulo de la obra de Mallach, y la Sra. Bell no la ejerció. Menos aún el Sr. Bell (Julio Salerno) ("El padre no busca; la que busca es una madre."), quien se ha desentendido del tema, preocupado como está por los agapantos de su jardín.

En cuanto a la pizpireta secretaria (Jorgelina Pérez), huérfana de toda orfandad (como todos los otros personajes), ansía quedarse con el Premio Mayor, para armar un proyecto propio y liberarse de su despótico jefe.

Si bien el tema de la obra de Mallach es ciertamente sórdido, con ribetes trágicos, la puesta en escena de Alicia Durán y Daniel Gismondi apunta al disloque y despierta carcajadas en la platea, aunque -en el fondo - el espectador sabe que no hay de qué reírse. El uso del espacio es integral, y resultan muy efectivas las escenas en off, que aprovechan la funcionalidad y versatilidad de la sala.

El ritmo es vertiginoso y no da respiro. Las puertas se abren y se cierran todo el tiempo, como en un vodevil. Todo es frenético, desenfrenado, inesperado. Más que encontrarse y acercarse, los personajes se alejan y desencuentran, terminando todos más solos y desesperanzados que en un principio.

Hay claros elementos del teatro del absurdo: diálogos repetitivos, atmósfera onírica, saltos en la secuencia dramática, el humor como herramienta.

La labor actoral es impecable, con interpretaciones ricas en matices, que hacen que los personajes pasen de siniestros a desopilantes en contados segundos.

La iluminación (operada por el propio "conductor"), la musicalización y la proyección de imágenes, son claros aliados de esta impactante puesta.

"El niño perdido": no siempre el que busca, encuentra.

 

Niño perdido o el inapresable objeto del deseo.Compartir


Un Niño perdido es la ocasión que arma tras la perdida, un montaje similar al de un talk show donde los personajes son llevados desde una rueda de reconocimiento, hasta el testimonio del momento de la perdida, de la exposición de una prueba, al mea culpa público. En esta suerte de comedia de enredos con fugas desesperadas y entradas intempestivas por las puertas laterales, el espectador se divide entre lo que ve sobre la escena y lo que se escucha, gritos, murmullos con tono de reproche o insinuación, que nos llegan desde fuera de la escena montada.
Ir de la tragedia a la parodia parece ser el tono de la propuesta de Niño perdido la obra que se exhibe en Espacio Creativo desde el pasado mes, donde algo se tuerce, la historia inicial de una madre que pierde a su hijo se tuerce en la historia de cómo el niño ha perdido a una madre. En el envés de la trama que narra y pone en escena Niño perdido aparece y se muestra el desencuentro fundamental para el que habla con el objeto que estima como objeto de la necesidad, o más aún, presume sería el objeto del deseo. Así una madre, la señora Bell, pierde a un niño distraída en la lectura de una inscripción en la piedra fundamental de la ciudad, escenario de su fundación – por caso La Plata- -, tras los primeros atisbos de la pérdida, las palabras susurradas al oído por su hombre, el Señor Bell, desplazan la mirada recién extraída de la piedra blanquecina hacia el blanco de la organza de los vestidos de novia, promesa de un boda, que se paseaban frente a la plaza central, a la que llaman Moreno, entre los destellos del flash. El niño, gigantón ha logrado burlar la mirada de la madre, acurrucándose detrás de un arbusto desde donde todavía puede verla, hasta que ya no la ve. En este juego de distracción, ocultación el ¿puedes perderme? se realiza. Niño y madre tendrán diferentes destinos hasta la fragua de un talk show que ofrece un niño perdido a la añoranza materna y una madre perdida al desconcierto de una adolescente que vacila entre recuperar a su madre o irse con la secretaria del programa. A esto se suma las intrigas que se irán revelando, donde todos y cada uno de los personajes serán desvestidos en sus perdidas, el señor Bell y su hija no reconocida, la secretaria y el padre de la infancia, el conductor y la hija secreta. Al son de un ritmo televisivo, donde se exige el final feliz, rubricado por el sonar de un gong, en Niño perdido nadie recupera su “objeto” que más se extravía conforme avanza la búsqueda. De aquella pérdida quedan los recuerdos que pueblan el pensamiento y se aíslan pequeños restos que la conmemoran – un guantecito blanco – demasiado estrechos para las manos del niño ahora casi un hombre.
En la conversación posterior a la representación, con aquellos que participaron de la puesta, desfilaron una foto de Diana Arbus: el gigantón con sus padres delante de un árbol de navidad, una novela de Guillermo Enrique Hudson Un niño perdido de la que la obra parafrasea el título, junto a las alusiones no confesadas a la Pornografía emocional de Múscari, que integraron lo que se conjugo como retazos en la imaginación de Nelson Mallach quien le pone el texto a la obra, dirigida por Alicia Duran y Daniel Gismóndi.
Si como afirmara Eric Laurent el niño puede tomar el lugar de objeto a en el estado actual de la civilización, en el sentido de aquello sobre lo cual se secretan todo tipo de interpretaciones y prácticas tendientes a terapeutizarlo, disciplinarlo y hasta ortopedizarlo, para hacerlo entrar en algún régimen del Ideal, en Niño perdido es objeto de una búsqueda. La búsqueda del niño oficia de pequeño McGuffin hitchcocktiano, confesado desde el inicio, que ordena los desplazamientos, los encuentros, los montajes y las acciones de la trama, tomando a su cargo poner en marcha la maquinaria del recuerdo, al final de lo cual en el apagón que cierra la obra, se rebela como siendo nada ese oscuro objeto del deseo.

Gabriela Rodriguez

 

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